Thursday, May 14, 2009

El Teatro Evangelizador.

Tras la conquista militar de las Indias realizada por los españoles en 1521 con la toma de México-Tenochtitlán comienza el proceso de conquista espiritual. Para tales fechas el cristianismo y su institución religiosa, oficializada desde de la Roma Imperial de Constantino, ya llevaba un proceso de difusión de su proyecto religioso, cultural y político, de más de mil años en los cuales había podido expandirse a toda Europa, triunfando sobre todas las creencias existentes.

Esto lo logró valiéndose de la fuerza militar, y de que fue capaz de adaptarse a las circunstancias locales, donde múltiples sustituciones se realizaban y a menudo sincretismos. Una de las sustituciones importantes fue la de dioses prehispánicos por santos católicos. Los franciscanos pedían a las autoridades indígenas ayuda para la ubicación y edificación de iglesias y conventos. Los lugares elegidos para tal fin eran sus propios sitios sagrados, por lo que en ese renglón también se efectuó una sustitución.

La estrategia de la Iglesia Imperial de Roma es fundamentalmente: su expansión por todo el mundo predicando a su manera, la religión católica, dominando tanto en los territorios, cuanto en los cuerpos; mediante el donativo fraudulento de todo un continente a través de ‘bulas papales’, fundadas en falsos derechos y la dominación de los cuerpos mediante el terrorismo ideológico.

Con el teatro evangelizador, los frailes recurren a la representación de los hechos históricos, donde los vencidos, recrean sus derrotas y “prácticas no cristianas”, para que los vean los suyos y se perciban, actores y espectadores, a sí mismos, humillados y avergonzados de sus propias costumbres.

Para el año de 1521 el cristianismo que llegaba de España llegaba triunfante del proyecto de reconquista militar y religiosa de gran parte de la península ibérica. Tal hazaña fue lograda a través de la difusión de su proyecto militar y religioso por medio de sus discursos con alto valor retorico que eran difundidos por los Juglares, algunas veces contenían cierta cantidad de representaciones.

La conquista espiritual de las tierras del nuevo mundo inicia en 1523 con la llegada de tres religiosos de la Orden de San Francisco: fray Juan de Aora, fray Juan de Tecto y fray Pedro de Gante. Su labor en la Nueva España se vio reforzada cuando un año después arribaron otros doce franciscanos.

La finalidad de la conquista espiritual era: ver vencidos y sometidos a “indios y demonios” y hacer una tabla rasa de las culturas autóctonas para substituirlas con la doctrina cristiana, ello no les fue posible debido a que la riqueza de la diversidad cultural (171 lenguas autóctonas).

Como relatan los cronistas, la religión mesoamericana estaba llena de rituales que incluían representaciones, muchas veces con una gran espectacularidad.

La Orden Franciscana revestía características tales que sus miembros estaban convencidos de realizar una tarea evangelizadora en lengua náhuatl y por un medio que lograra conmover a los nativos: la representación en vivo de pasajes del Evangelio.

Estos misioneros estaban imbuidos del espíritu renacentista, y recibían influencias intelectuales y humanísticas derivadas de grandes personalidades italianas como Petrarca y Valla, y del español Nebrija.

Una de las bases de la formación humanística era el conocimiento del latín. Inclusive, uno de los primeros métodos de evangelización fue el adoctrinamiento de los indígenas en latín.

Además que resultó un infructuoso método, la enseñanza del latín a los indios estuvo sujeta a una polémica, ya que muchos pensaban que ésta les permitiría acceder a la educación superior, y aun a su instrucción en teología, que les daría la posibilidad de ingresar al sacerdocio. Ello equivaldría a reconocer al indígena en un plano de igualdad con la cultura conquistadora, lo cual era inconcebible.

El humanismo renacentista que determinaba a los franciscanos no sólo se reflejó en su interés por el latín, sino en la comprensión de las culturas a partir del conocimiento de su idioma. Es por ello que, a la par que se llevaba a cabo el fallido método latinista, los franciscanos aprendían náhuatl.

La orden franciscana adoptó formas poco rígidas, que dejaban mucho campo a la iniciativa individual. Fundó escuelas para indígenas como medio de cristianización ya que creía que el conocimiento de las lenguas indígenas era de mayor importancia o urgencia, como instrumento de evangelización, que el conocimiento del castellano y es así que se entusiasma por el buen ingenio que demostraban los indios en sus escuelas, y abrigó la esperanza de que algunos pudieran ser admitidos en las filas del clero, y también en la vida religiosa.

Varias de las acciones que emprendieron los franciscanos eran tachadas de no ser ortodoxas en su momento, principalmente, por los dominicos, cuyos lineamientos se contraponían a aquéllos.

Otra cuestión duramente criticada por los dominicos quienes, como se ha visto, ejercían una ortodoxia inflexible, fue que los frailes franciscanos administraran en un principio el sacramento del bautismo en forma masiva, reduciendo las ceremonias a lo estrictamente esencial. Esto concurrió al punto de que el dominico fray Juan de Oseguera fuera comisionado para tratar el asunto en Roma, en 1537.

Los franciscanos observaron, entre ellos especialmente Pedro de Gante, la inclinación de los indígenas a las representaciones (sagradas), los cantos, los bailes, la ornamentación escénica y la caracterización festiva.

Muy pronto se comenzó a utilizar como instrumento catequístico la unión de la imagen plástica con el canto y el baile. A ésta siguió la producción dramática franciscana.

Dentro del contexto de la evangelización franciscana, fueron muchos los actos performáticos que realizaron; desde los procedimientos audiovisuales para enseñar latín y doctrina cristiana, los bautismos masivos, hasta la fiesta de la Natividad de Cristo que, a iniciativa de Pedro de Gante, se llevó a cabo en diciembre de 1526. Ahí se echó mano de la pintura, la música, el baile y un texto del mismo Gante, narrando los acontecimientos propios de la fiesta.

El apogeo del teatro franciscano en náhuatl tiene lugar entre 1538 y 1539, con representaciones en la ciudad de México y en Tlaxcala, y luego un repunte, en 1587, con fray Antonio de Ciudad Real, en Jalisco. Por la descripción que de ellas se encuentran en las crónicas de Motolinía, fray Juan de Torquemada, fray Bartolomé de las Casas, y el propio Ciudad Real, nos podemos dar cuenta de la espectacularidad de las escenificaciones.

A ellas concurrían miles de indígenas que las observaban desde el atrio de una iglesia o convento. Los actores eran también indígenas hablando en su propia lengua. Ellos elaboraban su vestuario y decoraban el escenario.

En sus magnas festividades prehispánicas asistían con gusto y con fervor religioso. Podían sólo observar o participar activamente. Se trataba de un ritual en el que había que colaborar para su buen fin. Antes de la llegada de los españoles había escuelas donde los indios eran adiestrados en el arte de la oratoria, el canto, el baile y la gestualidad. Así como en la confección de los atuendos y adornos. Pero en los adornos podía incluirse la presencia de animales, para lo cual también había especialistas en su cuidado y domesticación.

Cada uno de esos elementos tenía un significado particular, que los indios relacionaban con sus antiguas creencias. Por tanto, la supuesta evangelización promovida por los franciscanos resultaba incompleta, lo cual condujo a los sincretismos o a la supervivencia de aspectos idolátricos.

Se afirma que la decadencia del teatro evangelizador se da a fines del siglo XVI, por varias razones. Por una parte, las disputas entre el clero regular y el clero secular que ya sonaban a mediados del siglo y que paulatinamente se incrementaron. Asimismo la serie de epidemias que hubo en Nueva España diezmó la población indígena, principalmente la sucedida en 1545 y la de 1576.

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